Y es que los toreros se alimentan de las emociones. De la emoción íntima que produce abandonarse delante del toro en busca de la belleza y de la emoción explosiva que provoca la reacción de los aficionados que presencian la faena.
Además, el recuerdo, la gloria, la maestría.
La torería innata que hace que la gente conocedora se abra a los lados para dejar paso al torero, al que fue capaz de asombrar al mundo, al que tuvo el valor, el talento y las agallas de convertir una plaza de carros en una catedral del toreo.
Ayer, volví a ver al maestro Andrés Vázquez que, a pesar de su edad y de estos días de ajetreo y homenajes no se cansa de acudir a eventos.
Si hace unos días recibía en Zamora el Premio de Tauromaquia de Castilla y León, ayer acudió hasta nuestra casa de Toros de Tierz para participar en una tienta de machos junto a los alumnos del Curso de Periodismo Taurino que vinieron acompañados por Miguel Ángel Moncholi.
Ni siquiera el viento quiso perderse la visita del maestro. La finca estaba preciosa, el campo en primavera, las encinas cargadas con sus flores doradas pusieron la decoración campera para recibir a tan ilustre visitante.
Se tentaron dos erales de la ganadería de Pepe Mayoral que añadió al desbordante caudal de amistad un par de gotitas de picante santacolomeño.
Los tentadores David Luguillano y el joven novillero Leandro que vino acompañado de su maestro Alberto Aguilar. No sobra decir que los dos toreros estuvieron superiores.
Pero dejadme que os cuente lo que pasó.
Los alumnos del curso recibieron la explicación del sentido de la tienta, de su finalidad y procedimiento, de lo que se puede explicar con palabras desde un micrófono.
Después salió el toro y con él aparecieron los toreros y la torería. Apareció lo mejor. La bravura de los toros y lo que sólo los toreros saben explicar. El respeto, la educación taurina, el orden, el valor, los valores y el sabor de una profesión que cuando la conoces por dentro te cautiva.
Y fue ahí, de maestro a maestro, cuando David Luguillano, caminó despacio, sin prisas, hasta el ventanal del palquito de la plaza de tientas para brindar su actuación al viejo torero. Pocas palabras y mucho cariño.
Después, al toro, y a torear como sólo los elegidos pueden.
Y, como tantas veces hemos visto, de repente el torero, atrapado ya en el frágil cuerpo del anciano se activa. La sangre del torero zamorano hierve y el maestro que siempre buscó la perfección, se crece, se anima y ve en el matador de toros que torea a uno más de sus alumnos.
Y brotan, oportunos o no, mil consejos. Ese ¡niño más despacio!, ese ¡arrastra la muleta!, ese ¡háblale, háblale!, ese ¡sepárate de él y que venga contento!... Esas cosas que hemos vivido todos los que alguna vez hemos tenido el privilegio de coger, si quiera como aficionados, los trastos delante del maestro.
Esas cosas que han hecho que ayer nos sintiéramos felices por tenerle, genio y figura, una vez más entre nosotros en nuestra casa de Toros de Tierz.
Foto de familia de los alumnos del Curso de Periodismo Taurino |
La mirada inconfundible del maestro Andrés Vázquez |
Los ganaderos y el maestro |
Confidencias de toreros |
Desde la meseta de toriles Miguel Ángel Moncholi explicó para los alumnos todo lo que se puede contar con palabras |
En el ruedo hablaron los toreros |
Rafael Agudo picó magistralmente a los dos novillos |
El brindis al maestro |
La torería y personalidad que solo tienen los elegidos |
En el ruedo toro y torero. No hace falta nadie más |
David al natural |
Sin palabras |
Leandro demostró que tiene mucho que decir |
Tal vez algún día, cuando sea figura, recordemos que Leandro tentó en Toros de Tierz |
Leandro demostró entrega, calidad y ganas |
En definitiva un novillero con todo el futuro por delante. |
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